sábado, 22 de agosto de 2009

you must 'salir a incomodarte'

“Hay que ir” me dijeron cual obligación moral y accedí. “Que toque Wish you were here y me voy”, exageraba camino a River por ser el único hit que me sabía más o menos. Temón en vivo que te obliga a añorar a alguien y sufrir tengas o no motivos. Hasta que un grupo de nenes invadió el escenario. La base (medio funky?) de Another brick in the wall empezó a sonar y cambió todo. De pronto, nos encontramos todos bailando en un recital en el que –hasta el momento- teníamos pensado estar hasta el final parados boquiabiertos, soltando de vez en cuando alguna onomatopeya como “guau”, y “uooh”, y ya. Además, no hay manera de cantar ese tema (The wall) sin sentir que mañana vas a renunciar al trabajo desfachatadamente, dedicarte a usar las mismas All Star toda tu vida y simplemente esperar que algo pase. Gran momento. Hasta que un chancho gigante inflable apareció a la derecha del escenario y nos mostró en su pink culito su mensaje: “miedo levanta paredes”. Cachetazo a cincuenta mil personas.

Salir a incomodarse hace bien.
Si te quedás en casa no pasa nada.

miércoles, 3 de junio de 2009

shh [prólogo desprolijo]

Este best seller habla sin tabúes del ser humano y su carácter obsesivo por naturaleza. Refleja claramente que cuando Ud piensa en algo que no le gusta y no quiere que suceda, no lo quiere decir del todo porque siente que al decirlo está ayudando a que ese hecho se concrete. Lo hace corpóreo, digamos. Cuando los pensamientos llegan a la instancia de palabras, pasan a adquirir una suerte de identidad propia que antes no tenían. Ahora pesan. Son.

Aquello entonces, que en un principio tan solo fuera una fulera hipótesis mental flotando en su cabecita, al traerlo al mundo de las palabras, pasa a mutar en una posibilidad mucho más amenazante que cuando aún no había sido dicha. Lo entendemos: para Ud es alarmante. Ahora esta “idea yeta” es un ente que existe fuera de Ud, por más que no quiera. Y hasta puede pasar. Algunos profesionales lo comparan con un hijo bobo o no deseado.

“El pensamiento-amenaza ahora es libre y seguramente saldrá sin escrúpulos a hacer de las suyas y/o seguro me caga la vida”, se persigue por las noches metiéndose fichas a Ud mismo. Llegada esta instancia, es inútil que trate de manipular el desenlace con más pensamientos ficticios. Repetimos: no se puede volver atrás si esta idea ya nació en palabras.

Hoy, querido lector, -y rescatando siempre el aquí, ahora, right here, right now, que tanto profesamos los fat boy slim de la autoayuda-, con éste libro le ofrecemos una invitación única para liberarse de una vez por todas de estos pensamientos mágicos ridículos que no lo dejan vivir en paz.

¡Dígale chau al infame estrés emocional!



* Nota. Si Ud ya LO DIJO, no sea infantil, NO SE ALARME y siga los pasos:
1- Lea el libro con gran atención.
2- Mantenga los dedos cruzados.

lunes, 2 de marzo de 2009

cosas que pasan en una fábrica technicolor

Yo te decía que vos eras para mí y vos no me creías. Te empezabas a reír a carcajadas. Ahí se armaba el dilema. Dilema entre comillas, claro. Algo más divertido que un dilema. Un dilema de juguete, ponele.

Entonces, todos los que ahí trabajaban iniciaban un paro. Desenchufaban las máquinas, apagaban los tubos de luces, guardaban los vidrios de colores. Hacían como una rebelión, tipo Rebelión en la granja, pero sin los animales, ni la analogía con Lenin, ni esas cosas. En realidad ahora que pienso no. No era como Rebelión en la Granja.

-¡Que le crea, que le crea!, gritaban todos. Ellos estaban medio de mi lado, (yo siempre les caí bien).

Yo te mostraba toda la escena desde el balcón (ése que abríamos sólo para las fiestas) y te decía medio tentada, que la cosa era seria, y que si no te retractabas, ésta gente se iba a poner cada vez más firme en su postura. Y que “quién sabe cuán lejos puede llegar con su huelga ésta gente”, te decía.

En realidad, yo hacía que la cosa suene más turbia a propósito, para que reaccionaras más rápido, y me dijeras que mi frase inicial no era tan ridícula como descaradamente sugeriste en un principio. Entonces, te decía que calcules cuánto podía perder la fábrica si cerraba aún por más horas; y hacía una gran bola confusa con multiplicaciones mal hechas, que daban como resultado cifras gigantes, intraducibles en dinero. Me acuerdo que en ésa parte moví mucho las manos. Fue divertido inventar esa catástrofe.

Mientras tanto, ellos seguían con su coro cada vez más fuerte. Desde arriba, vi como enseguida se organizaron y lo hicieron más lindo: le cambiaban el ritmo, hacían palmas, y un paso loco difícil de copiar, en medio de una pista que improvisaron para el dancin-paro oficial en la fábrica.

Ahí me quedé sentada un ratito, mirándolos. Parecían profesionales de eso que hacían. Vi también que los mirabas como desde una nube; hasta que algo te hizo reír y te despabiló un poquito. Yo me reí también.

Enseguida supe que era mejor descansar y dejar que pase.
Que pase el momento así, sin tiempo.
Total es otra cosa, pensé.
Digo, ésto que corre acá, en la fábrica technicolor yo sabía, no es el tiempo.
Es otra cosa.




del disco Run…the sun is burning all your hopes - Technicolor fabrics.

domingo, 5 de octubre de 2008

así con todo

Acabo de leer algo que dice:
“Yo escribo lo que quiero. Mira, mirá.”

Me encantó eso, y me dieron ganas de hacer lo mismo.
Estoy escuchando a un gordito que se llama Benji, que conocí hace muy poco y creo que me encanta. Y también me dieron ganas de subir algo a mi blog. Así que cuando termine esto lo voy a subir.

Me gusta cuando tengo muchas ideas y no se bien qué escribir. Me da una sensación rara, como de urgencia. Pero es una urgencia tranquila, linda; pensar qué poner primero, para dónde va a ir la onda, si hablo yo o habla quién. Esas cosas. Decidir esas cosas me divierte. Más cuando me acuerdo que puedo poner lo que yo quiera. Total, pero totalmente lo que yo quiera.

Mientras voy decidiendo, casi siempre se me ocurren otras cosas. Cosas sueltas. A veces las escribo más abajo, o en la hoja siguiente, porque pienso que pueden ser algo. Ahí o en otro lado. Después aprovecho cuando puedo, para meter cosas que me gustaría decir o frases que me suenan lindas y sueltas no tienen sentido aparente, pero que necesito que entren en algún lado. Siento que son parte de algo, que probablemente aún no se me ocurrió. Y cuando encuentro el momento donde entran, me encanta. Es como si por dentro dijera “era de acá ésto”.

Cuando entregué mi tesis en marzo, por ejemplo, puse dos frases en la primer hoja. Creo que se le dice epígrafe o algo así. Cuestiones de forma. Era optativo, el que quería ponía algo y el que no, no. Una frase era ajena y la otra, de mi amiga ye y mía, de cuando éramos bastante más chicas que ahora. Ambas canciones.

Cuando estaba ultimando detalles para ya imprimir, luego de escribir casi 300 hojas, por un momento dudé si “daba” para poner esas frases. No tenían nada, pero nada que ver con la comunicación estratégica y la imagen corporativa y era lo primero que se iba a leer.

La duda divagó en mi cabecita unos minutos hasta que la verdad más básica y total me despabiló: “es mi tesis, puedo poner lo que yo quiera”. Brillante. Feliz con la revelación las puse, y casi bailando mandé a imprimir aquella primer hoja. Y las otras 299 también.

Se leía:
Busca tu revolución.
[Enloquecer el corazón de libertad].


[Busca. Ye - Anzu]
[Balada para un loco. Piázzolla – Ferrer]
Dos temones.
Quiero ser así con todo.

jueves, 11 de septiembre de 2008

bienvenidos [a mi me divierte creer]

Hasta que abrí una de las puertas y dije:

No los esperaba pero, Its ok. Lamentaría más tarde, presumir de anfitriona poco elegante. Pasen por favor. No estaba haciendo nada importante. Unas pocas cosas me tenían entretenida, adentro. Bienvenidos. Y por favor, aunque no les diré mi nombre, no me traten de usted.

Ok, si me preguntan yo les digo: sí. ¿Qué? ¿Qué me miran así? Debería yo conformarlos, e improvisar una trama, acaso tan fantástica y cotidiana con la que adornar éste caos que transito? ¿Es éso? ¿Acaso sería, menos incómodo para ustedes, si vulgarmente yo alegara que estaba pensando en cocinar, o limpiar alguna habitación aquí, en éste lugar interminable? Disculpen. No puedo complacerlos.

La decepción es parte de lo que vemos. Acostúmbrense, pretenciosos. A veces toca. No hacía nada de eso. Ni siquiera me atrevo a actuar una escena, por más creíble que pudiera sonar, como encender súbitamente aquella máquina y simular mirar una novela. Mis estrategias viajan fugaces de lo inverosímil a lo ridículamente inútil aquí. Disculpen dije. Estaba hablando sola.

Si quieren les cuento. Siéntense primero. ¿Café o algo? Permítanme espiar atrás, en lo que queda escondido. Puedo ofrecerles, ehhm... ¿arvejas?, ¿unas gafas de astronauta?, ¿yogur?, ¿una parte de la euforia? Me sorprende que aún haya cosas de reserva, hace tiempo que no salgo a la feria. Ni a ningún lado. Pero díganme qué necesitan por favor, vamos. Sin pudor. Prefiero que estén a gusto aquí, aunque no los haya invitado. Puedo prepararles rapidísimo algo en esa otra máquina, supongo. Es que, quien me habita hoy necesita hablar. Y yo lo dejo. Antes que ustedes llegaran estaba, digamos, consintiéndolo.

Nada, debatimos acerca de cosas. Yo lo dejo salir a tomar aire y él me ayuda a pensar un poco. Me ordena también. Sí, en los dos sentidos. Me obliga a hacer algunas cosas y también lo de organizar los pensamientos. A veces canta canciones que no conozco y me enseña otros idiomas. Hoy por ejemplo me contó un cuento, dos anécdotas y un chiste. Es que le encanta hablar,.. Y parece que no se cansara nunca, ¿no me oyen que estoy un poco afónica ya? A veces, a esta hora del día me quedo casi sin voz. Igual no me quejo ehh, como dije, es mutuo: yo lo ayudo y él me ayuda. Ya estoy entrenada creo, y a mí me divierte creer.

El chiste del día bien no me lo acuerdo, no sé si porque era un poco malo, o por si no lo entendí. Pero algo del cuento sí registré. A lo último ya, me encontré relatando unas líneas que sentí muy cercanas, creo que me hablaban a mí:
-Si hay otro ahí es mejor, aunque estés hablando solo. Y me escuché decir: Hacete compañía. Quizá sea por esto que, aún no entiendo del todo bien la visita de ustedes. Su todavía, inesperada visita.

Más tarde por fin me ayudó a pensar que, siempre que tenga algo más que decir, será bueno buscar la mejor forma que me ayude a decir más fuerte. Buscar bien. Más fuerte no es más alto. Ahora, la mejor forma quizá no sea mi forma. Yo digo lo que digo como puedo. Y a veces muy bajito. Tanto, que casi ni lo digo.

Supe en mí entonces, que siempre que grite, es porque seguramente estaré diciendo algo poco importante. Y yo grito bastante.
Ahora disculpen y espero me entiendan, me llaman de adentro.

viernes, 25 de julio de 2008

más de cien discos

Se dio cuenta que necesitaba más que canciones para sentirse acompañado. No le gustó y siguió. Cambió de disco para cambiar de idea y su cuerpo –traidor- no le dejó sentarse. Ni hablar de descansar. “No me gusta tanto quedarme conmigo”, le murmuró a su pena sin dejarla salir.

Sus ganas casi nunca eran claras. Dudaba. No sabía si quedarse quieto en su cueva; o salir a demoler las paredes que lo empujaban hacia adentro.
Fue inteligente y comprendió que la contradicción era el sistema regía sus emociones hacía tiempo. Sabía adaptarse y sobre adaptarse. Respirar y seguir.

Ir de viaje o a dormir era la disyuntiva ahora. “Es casi lo mismo, qué más da,” resignó y se echó en la cama así como estaba, sin sacarse siquiera las zapatillas. Sintió un poco de culpa por no quitárselas y estar con ellas ensuciando el acolchado. Le daba ese pensamiento incómodo acerca de sí mismo que le hacia sentir que no valoraba las cosas. Pero más le molestaba que su cabeza lo castigue con la premisa juzgadora de que “así era con todo”. Interiormente, él bien sabía que eso no era cierto, sólo que a veces las circunstancias viciaban su voluntad, y era ahí cuando dejaba de elegir.

“Embellecelo un poco”, era la sugerencia de la compañía cuando se oía que la cosa que ponía demasiado oscura. Pocas veces se defendía, alegando pobremente que hacía lo que podía, en un ensayo frustrado de cuidarse y guardar algo para él. “Hacé lo que sabés y ya nene”, simplificaba el equipo de los que sabían acerca de cosas en serio.

Además, ellos ya le habían adelantado varias veces los detalles acerca de qué pasaba cuando te va bien y sos feliz, y todo los etcéteras que aquello implica. Entendió todo menos una cosa. “Después te explico”, resolvió ligero el team lider mientras se iba. Tenia agendado despabilar a un par más esa misma tarde.

Inesperado, arrancó el bonus track de Amor Amarillo. Se despertó exaltado. Sólo un poco de confusión con las coordenadas hasta ubicarse. “Soy joven”, dedujo cuando se vio las zapatillas puestas y se sintió a salvo. Una suerte de alivio inmediato. Respiró profundo y orientando su paz, lo dejó salir. Despacio. Lo estimulaba sentir que aún tenía tiempo para divagar. Los había contado la noche anterior: eran noventa y nueve discos sin escuchar.

“Hace dos discos que estoy pensándote y creo que me aburro”. La letra es fácil, y lo simple está de moda, entendés? El pop es eso: se baila, y las chicas lo entienden. Punto. Hace tiempo que vengo escribiendo la misma canción. Le cambio el nombre y un par de boludeces,” le dijo en plan off the record a un pibe medio emo que lo reconoció en un bar de Palermo, y se le había acercado a charlar. Sin ganas de extenderse, soltó para cerrar: “Nada, creo que aprendí a esconderme bien”.

Esa fue la primera vez que se hizo el canchero. No entendió porqué lo hizo. Pero así le salió, como un reflejo involuntario. Se sintió raro. Fue incómodo. Caprichoso. Y hubo algo que lo sedujo también.

Nunca entendés todo del todo. Construyó un desierto en su cueva. Con espejismos y todo. Hace ya, más de cien discos, que allí se encuentra con muchos que se parecen a él. Y celebra solo.

miércoles, 16 de julio de 2008

preámbulo [recompensa]

Me cansé de dudar y finalmente decidí comprarlo: “Lo moderno es lo mismo que lo antiguo”, me perdoné parafraseando lo que solía decir una vecina ridícula que siempre iba a lo de mi abuela. “Es todo negocio”, decía como revelando un misterio indescifrable y no se entendía si era una queja o si le parecía bien.

Ella vivía sola, por lo que todas las tardes tipo cuatro, le tocaba timbre a mi abuela, y juntas veían tele, tomaban té, o tejían. De chica, cuando la iba a visitar, me quedaba jugando ahí cerca de donde ellas estaban. En babia, pero escuchando. Había algo en su charla que me entretenía. No sé si era que me resultaba chistosa la tonada de eterna indignación que empleaban para referirse a las cosas, o por los temas de debate arbitrarios que elegían, de los que entraban y salían, asociaban libremente, y volvían a retomar. Todo, sin perder el rigor de sus opiniones y, como dije, ante a todo y sobre todo: siempre en desacuerdo. Creo que yo encontraba algo de habilidad en eso. Tenían desarrollada una destreza que, yo sabía, no todos tenían. Además, cuando tejían, lo hacían sin mirar. Y con una rapidez de otro planeta. Siempre me intrigaba cómo hacían para saber por dónde pasar la lanita, siempre por un lugar distinto cada vez, cómo hacían para saber exactamente qué hacer con los dedos, mientras hablaban de Alfonsin, criticaban a los peronistas, y mechaban frases como “queda bien de tiro pero corto de sisa”. Siempre supe que no decían nada nuevo ni interesante, pero creo que quería estar allí para corroborarlo. Por las dudas.

Esa señora, la vecina soltera, siempre andaba con ruleros y una redecilla en la cabeza. Incluso en los días festivos (que los pasaba con mi familia para no quedarse sola), como Navidad y Año Nuevo. Se vestía bien y todo, pero su cabeza siempre estaba igual. Nunca entendía, de chica, cuándo sería el momento clave que finalmente amerite que se sacara aquellos ruleros y disfrute de lucir aquel peinado eternamente precocido; que generaba en mí una expectativa casi desesperante. Era como un gran preámbulo que nunca decía nada.

Años más tarde, pensé que quizás ella simplemente disfrutaba de eso. De prepararse. Se le filtraba creo, una especie de fe en que un buen día, el porvenir disfrazado de buena noticia la sorprenda, y pueda encontrarla así: Casi lista.

Hoy pienso que ella no era tan ridícula. Menos que el pantalón seguro.
Me gusta pensar que siempre hay recompensa.

domingo, 6 de julio de 2008

cuentos para mentir

Era su tercer noche sin poder dormir. Con su último hilo de esperanza, miró el reloj una vez más y de nuevo, lo mismo. Harto de intentar volver a ser quien fue alguna vez, decidió perderse por los andenes de la resignación. Hacía mucho que eran las diez. Ya casi tres días. Creyó que no era casualidad.

“Quizás el psicólogo tenga razón”, pensó. El Dr. Miler, le había recomendado cada lunes al finalizar la sesión, que debía regular su afición por los cuentos fantásticos. “Disminuir la dosis diaria de escapatoria”, era la consigna, explicando que el fanatismo por este género distorsionaba su contacto con el mundo real, alteraba el ciclo normal de sueño, y a largo plazo, podía llegar a dificultar el discernimiento entre vigilia y sueño.

Ya desde chico se encerraba a leer historias. Las más abstractas y absurdas eran sus favoritas. Así, aprendió a dibujar cada escena en su cabeza: a resucitar a las palabras, a inventar puertas, atajos, laberintos, puentes. Lo que sea, donde quisiera. Él, los llamaba cuentos para mentir.

Desde su habitación, luego de casi setenta y dos horas seguidas de no descanso y conjeturas inútiles, ya no sabía en qué sitio depositar sus sospechas. Sus manos ansiosas traspiraban como nunca antes; su corazón, se había transformado en un segundero interno insoportable. Miró la pared y saltó de la cama. “Basta,” se dijo en voz alta. Claro, seguían siendo las diez.

A penas llegó a calzarse, disparó hacia el pasillo. Negado a esperar el ascensor, bajó corriendo cuatro pisos por la escalera y violentamente, salió a la calle. Sus ojos olvidaron parpadear durante algunos segundos, petrificado, frente a semejante escenario: era un sitio inerte. Sin vida. No había autos, ni perros, ni gente caminando. El silencio se sentía como hielo. La calle estaba desolada, como si el Apocalipsis no se hubiera sentido desde el cuarto piso. Percibió un movimiento brusco sobre su cabeza y miró hacia arriba. El único ente cercano que mostraba signos vitales cruzaba rapidísimo un cable de luz. “¿Cómo llegó ésa cucaracha ahí?”, se preguntó desorientado. El fantasma sobre aquella teoría del fin del mundo y las cucarachas como únicas sobrevivientes arremetió en su cabeza; entró en pánico y, por unos minutos, temió ser el único humano inmortal. “Despabílate tonto, vamos, conexión con la realidad”, se ubicó a sí mismo recordando las palabras del Dr Miler. Sacudió su cabeza un poco, como quien quiere matar una idea, y casi por inercia, se largó a correr por la calle.

Luego de varias cuadras de monotonía y ausencia, encontró en una esquina al sereno de una fábrica, vigilando tranquilamente la zona desde su casilla. Se acercó, y a través de la ventana le hizo señas pidiéndole que saliera. El sereno salió despacio, lo miró con una paz que daba miedo y sin esperar nada preguntó primero: -“¿Tienes hora?”

-“¿Qué si tengo hora?! ¿¡Pero qué pasa en esta ciudad sin alma?!”, repreguntó desconcertado. “¿Es que nadie lo nota?? ¡Pero si hace tres días que son las diez!!”, exclamó desesperado, sin poder evitar que el llanto quebrara su voz.
-“Ya lo ves, son tus cuentos para mentir, chico.”, dijo el sereno con toda naturalidad. “Eres el primer caso en esta ciudad que yo sepa, pero oí hablar de un extranjero con el mismo síndrome.”

-“¿Síndrome?, ¿de qué hablas?”, preguntó más extrañado.

-“Lo llaman Síndrome de Fuga”, anunció el sereno, dispuesto a revelar lo que sabía y continuó: “Se da únicamente cuando la brecha que existe entre locura y genialidad en una persona es muy angosta. Es simple: cuando en nombre de la salud mental se separa a una persona de aquello que funciona como su fuente vital, se genera una suerte de abstinencia. Esta falta de energía se condensa, y produce una revolución interior tan fuerte, que repercute de manera impensada en el mundo exterior; incluso, alterando tiempo y espacio. Y tú, ni te das cuenta. Al bajar tu dosis de escape diario, sufrirás el Síndrome de Fuga; en tu caso, dado por tus cuentos para mentir. Esto que ves aquí afuera, es lo que hay dentro de tí ahora, lo generaste tú. Este vacío, es tu vacío.”

Al oír esas palabras, una sensación onírica invadió su cuerpo, como si una tormenta de calma lo envolviera por completo. El silencio dejó de ser hielo en su piel. Miró al sereno y sin decir nada comenzó a caminar por donde había llegado. Ya no tenía miedo.

Esa noche desde su cama, al terminar por milésima vez su cuento preferido, inventó su atajo número mil, y esta vez lo pintó de un color brillante. “Ya tengo mil sitios donde ir”, pensó aliviado; y luego de poner el reloj en hora, apagó el velador.

lunes, 30 de junio de 2008

pulsos

Se mantenía en silencio casi siempre. Nunca decía más de dos frases juntas, ni hablaba de un mismo tema más de una vez. Tampoco se sabía con certeza, a qué respondía aquella calma exagerada. Quienes lo conocían, [de lejos, claro], alegaban que podría ser su evidente timidez, ese rasgo denso que lo transformaba en un cajón triste de cosas sin decir. Asímismo, otros creían que esa eterna omisión, se debía a unas ganas subterráneas de volar solo y en paz, a un sitio sin reclamos.

Hacía años que esperaba reinventarse. Su espíritu anhelaba, incansable, algo que lo sacudiera y le confirme que aún seguía ahí. Latiendo. “Solo a veces, con el tiempo, los deseos se condensan”, le habían dicho una vez.

Se escuchó desde la calle al director de la compañía del circo local, que salía en su bici a pedalear unas cuadras aledañas a la plaza, anunciando con su megafonito ridículo el inicio del show para las siete y media.

-“So flat”, sentenció ella al oír el anuncio, y como amaba los monólogos elegantes, continuó: “What about improve? They don’t know what that word means. Every year it’s the same fucking show”.

Excepcionalmente, él sintió deseos de opinar: “Evolución de espíritu, maybe”, se atrevió a decir tranquilamente pronunciando la única palabra que había aprendido de su esposa bilingüe y dirigiéndose a la habitación, agregó: -“En la dirección que sea”.

Aquella segunda frase la sorprendió cocinando. Ella sabía mejor que nadie, que muy pocas veces él emitía dos frases seguidas sobre una misma cuestión. Sospechó que tendría algo más que decir. Más prefirió no preguntar. “No news, good news, querido”, se dijo bajito.

Mientras tanto, él comenzó a abrigarse lentamente, planeando hacerle frente a la crudez que prometía la intemperie cuando cayera la noche. Luego de atar el último botón de su saco, se puso también guantes y bufanda esta vez. La nieve era habitual en esa época del año, y su llegada era inminente. “Me gusta cuando hay sol con frío”, pensaba animado mirando por la ventana mientras se abrigaba. En ese momento, sintió la cuerda sonar desde adentro. Esa que se siente cuando sabés que algo bueno está por venir. “Maybe”, pensó en voz alta.

Tras un suspiro en busca de fortaleza, caminó despacio hasta la cocina. Unos pocos metros eternos. Al llegar finalmente, y con su calma habitual soltó el anuncio. -“Me voy”, en un gesto tímido que lo hizo sentir rebelde por un segundo, destilando un orgullo chiquito pero genuino.

-“What?”, lanzó soberbia, y alcanzó a agregar “Cómo que te vas?”, antes de quedar paralizada. Un frío corrió por su espalda hasta su nuca y le hizo saber que era cierto. “Its a joke, right?, A fucking joke, right?”, repetía compulsiva, buscando auto convencerse en vano, mientras se perdía en un embudo de palabras.

Él la miraba en silencio. Sin aturdirse. Registraba atento sus movimientos, sus gestos, sus formas. Las guardó prolijamente para llevarlas con él, adentro. Supo que ya no volvería a mirarla así.

Por su parte ella, continuaba enredada en su monólogo digno de actriz que rompe la cuarta pared sin desconcentrarse: pedía a gritos una segunda frase. La exigía. Más que nunca, ésta vez, creía merecerla: –“¿No me vas a decir nada más? Siempre callado, siempre callado. Reprimido.”, disparó violenta.

Decidido, y con el alma hecha sonido; la buscó en sus ojos por última vez y ya sin piedad, la complació: -“Callate y decime quién sos”, desafió para siempre.

El silencio ganó el aire. Las palabras y las espadas se hicieron hermanos esa noche.